Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

martes, 10 de abril de 2012

Estate al loro que empieza el rock & roll

Que los tímpanos retumben, mientras las guitarras gruñen cuando les golpea la púa. Distorsión al máximo. Que los amplificadores se duelan de tanto gritar, y que hagan que los escenarios se vengan abajo. Nunca hay demasiado volumen.

Que los vocalistas se deshagan en falsetes de ésos que te ponen el vello de punta, y en rasgados con los que, simplemente, flipas. Bailar y bailar; el sudor cae por las frentes de la multitud, que se deshace en saltos mientras corean al cantante, con un ímpetu casi furioso.

Que llegue el solo y que el guitarra se tire al suelo y empiece a patalear desde ahí, sin que le importe equivocarse en dos de cada tres notas. La gente ni se da cuenta; siguen agitando sus cabezas, levantando el puño, los cuernos o la cerveza. Tal y como acaba, el guitarra lanza su astillada púa a las primeras filas, donde una nube de manos ansiosas buscan cazarla al aire.

Polvo por todas partes, el suelo sufre debajo del público, mientras arriba el escenario se mancha de alcohol, saliva y sudor. Y rock & roll. Las luces aparecen y desaparecen al ritmo de la música, cambiando de color según la canción y apagándose al final de cada una. Un cañón que enfoca al cantante, con el torso al descubierto, fatigado. La gente silba y aplaude: hay ganas de más. Siempre hay ganas de más, por parte del público y de los músicos.

Por estas sensaciones sigue en pie este mundillo; es la auténtica fórmula del rock & roll: pura pasión, creatividad, morirse por tocar y alguien que muera por oírte.



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