Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

jueves, 2 de julio de 2015

Texto de un martes otoñal

No sé cuánto de especial tiene esta estampa, si hay aquí una foto muy buena o muy mediocre. Le faltará algo para que deslumbre. O igual ya está en la habitación, y no lo veo. Quizá sea mediocre con lo que miro, y todo se ancle a eso. Estaría condenado, muerto de antemano. Si con sólo mirar ya... No sé, no es momento de reflexionar. De cualquier forma, esto es una mera introducción para no llegar aquí a lo loco y ponerme a complicar las palabras y a que no se entienda lo que quiero decir. Aunque bueno, ¿de eso se trata?

No, es la hora de un carajillo para continuar la fiesta. Pero esto es tan recurrente que no me lo voy a tomar nunca, con ninguna nariz empolvada. Sería la hora de un carajillo porque es lo más parecido a un desayuno; pero es la hora del desayuno. Y habrá que hurgar en el ayuno para arrancar alguna costra horrible de síndrome de abstinencia; arrancarla y que mañana al alba vuelva a estar ahí. El ayuno, creo que decía, qué más da, si sólo tengo ganas de que apaguéis la luz y que la función la protagonice otro. Que otro salude y se despida por mí, que sonría por mí; a mí dejadme. Ojalá pudiera alguien fumar por mí. Pero sólo tengo ganas de que apaguéis la luz y que me dejéis fumar a oscuras, con la única luz del extremo prendido del pitillo, con la sombra del humo tribal en la cara. Y que nadie lo vea. Sólo inspirar, expirar, esperar.


domingo, 25 de enero de 2015

Baby, I'm blue

Me quemé con las cenizas, aunque me dijeron que no estaban encendidas. La tristeza inspira, más de lo que recordaba. Había un techo amargo y un par de miradas perdidas, fijas en un horizonte que no nos prometimos, hacia el que quizá no íbamos. Pero caminábamos hacia algún sitio. La duda que invita a la reflexión, y la reflexión que conlleva disiparla. En su punto medio, en su cincuenta por cien, amor. Y en el cien, todo. Todo. Estaba dispuesta a darlo todo. Me lo enseñó un recuerdo acuoso que brotó de la miel perdida con la que miraba, que se disparó sin retroceso y que yo no ignoraba, aunque se lo creyera. Porque estoy volviendo a escribirle de memoria, con los labios salados y la vergüenza del que se niega a ser sádico involuntario, el que no quiere infundar un "me he vuelto a equivocar". No soy ese, y no quiero eso para ti -ya no hablo de ella, como si fuera cualquiera-.

Vuelve a darte por aludida. Sé la segunda persona de esta tinta. Sé el singular, pero presente, por muy imperfecta que te creas. Déjame elegir el trozo de ti más grande que puedas dar. Vuelve a sonreír, para mí, que me atrevo a ser espectador, como lo fui del rencor y lo fui del perdón. Vuelve a sonreír, por favor.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Breve

Despegó los labios de una forma instrumental. Sonó tan leve, tan suave, que no mereció ni aplausos. Luego, silencio al encajar, silencio, un momento de silencio, igual que el clavo tras el golpe. Ni siquiera parpadeó, pero menudo golpe, así de sordo y así de contundente. Dolió hasta rozar la línea del placer, yo que no lo pude obviar, que estaba justo delante sin saber dónde ni por qué, algo que nunca me pregunté para no desaprovechar el instante que le ofrecía a mi presencia, única. Nadie lo hubiera visto, qué afortunado; no hubiera existido. Pero se dobló de tal manera esa pequeña curva que utilizaba para besar y demás, que no darse cuenta bien hubiera valido una condena. Apareció la consecuencia, común, de que sus labios se separasen, extraordinario. Ese corte disimulado en pleno burdeos que no fue a más, no llegó a franja, pero que advirtió del contenido, la boca, al formar bandera. Rojo, negro, rojo; me identifiqué antes con esa que con la de cualquier nación. Pero la hizo desaparecer, me quedé sin nación, volvió el embellecedor —si cupiese. Lo suturó y suspiré, creo. No pude continuar el capítulo sin que a cada pie de página se asomara ese gesto imperceptible, común, extraordinario. Quizá incluso me estremecí, pero de una forma que resultó tan sutil como el parpadeo de sus labios; lo aprendí al instante. Después simplemente yací, y como si fuese el séptimo día, descansé. Se me olvidó darle las gracias.