Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

jueves, 2 de julio de 2015

Texto de un martes otoñal

No sé cuánto de especial tiene esta estampa, si hay aquí una foto muy buena o muy mediocre. Le faltará algo para que deslumbre. O igual ya está en la habitación, y no lo veo. Quizá sea mediocre con lo que miro, y todo se ancle a eso. Estaría condenado, muerto de antemano. Si con sólo mirar ya... No sé, no es momento de reflexionar. De cualquier forma, esto es una mera introducción para no llegar aquí a lo loco y ponerme a complicar las palabras y a que no se entienda lo que quiero decir. Aunque bueno, ¿de eso se trata?

No, es la hora de un carajillo para continuar la fiesta. Pero esto es tan recurrente que no me lo voy a tomar nunca, con ninguna nariz empolvada. Sería la hora de un carajillo porque es lo más parecido a un desayuno; pero es la hora del desayuno. Y habrá que hurgar en el ayuno para arrancar alguna costra horrible de síndrome de abstinencia; arrancarla y que mañana al alba vuelva a estar ahí. El ayuno, creo que decía, qué más da, si sólo tengo ganas de que apaguéis la luz y que la función la protagonice otro. Que otro salude y se despida por mí, que sonría por mí; a mí dejadme. Ojalá pudiera alguien fumar por mí. Pero sólo tengo ganas de que apaguéis la luz y que me dejéis fumar a oscuras, con la única luz del extremo prendido del pitillo, con la sombra del humo tribal en la cara. Y que nadie lo vea. Sólo inspirar, expirar, esperar.


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