Claro está que algún día dejaré
de escribir. Llegará un momento en que ya habré escrito todo lo que querría
escribir que me pareciera interesante. Todos mis papeles, mis textos, mis bolis
sin tinta, mis páginas de blog, mis notas, frases, versos, estrofas; en fin,
todo lo que haya vomitado en forma de letras, sílabas y palabras, se quedará en
un archivo pasado que me gustaría llamar Entonces.
Y allí querría buscar, cuando el paso de los años ya no importe o se haya
perdido la cuenta, los fragmentos de mis días que me atreví a plasmar en
garabatos de tinta más bien sucia. Podría ser que nunca se me acabara la
inspiración, que se fuera renovando cada día, como un flujo de creatividad.
Así, mi carpeta Entonces se llamaría Todavía. Y como sería Todavía, allí habría cosas que se
hubieran despegado del espacio y —sobre todo— del tiempo, que no parece que
transcurra en los todavías.
No tengo demasiado claro que lo
vaya a echar de menos; querría pensar que sí. Lo que no puedo saber es si mi entonces
llegará antes o después. No sé si este va a ser el último texto que germine de
mi semilla creativa (llamémoslo así). Todo viene determinado por cómo la riegue
la impredecible lluvia que es la inspiración. Suele caer en forma de tromba
impetuosa, algo que la tinta no puede asimilar y que hace que el papel se
inunde, anegando hasta los espacios entre palabras. Así surgen muchas frases
interesantes, de forma más que espontánea, inesperada. Hay que aprovechar cada
gota que caiga, pues cuando alguna se escapa, la semilla lo nota y se lamenta
por ello. Perder una sola gota es una verdadera pena.
De todos modos, los chubascos de
inspiración son mucho más productivos y placenteros que la leve llovizna que
otras veces acontece, que deja dosis breves de las que se puede aprovechar bien
poco. Pero así de aleatoria es la inspiración, para el que no haya tenido
experiencia con ella —espero que pocos o ninguno—. La creatividad, con estos
cambios artístico-temporales, de momento está regada caudalosamente. Pero si
una zona se vuelve desértica, donde la lluvia asoma de forma anual, no hay
semilla que germine, no hay página que llenar; y el agua se filtra por la seca superficie
y se pierde sin más, porque no se esperaba lluvia allí. La inspiración se
desvanece porque no había nada que regar.
Pero como no controlo mi
meteorología creativa (ni tampoco quiero; la espontaneidad es fascinante),
estoy a su merced. No me quejo, pero las
sequías existen, para qué me voy a engañar. Alguna que otra he vivido, y ya sé
lo que es no tener nada que escribir, perder las ganas y la ilusión. No tener
nada que decir, ni para mí ni para nadie que me lea. Al no ser algo ni previsto
ni habitual, con el paso de las semanas crea angustia; no es nada divertido.
Llegará, claro que llegará, pero antes que preocuparme, prefiero ocuparme. Y mi
forma de ocuparme es ésta: dejando mis huellas en papel de la forma que pueda,
es decir, así.
Como bien dices, la sequía llegará, pero yo aun no he visto al mundo quedarse sin agua.
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