Suena Janis Joplin, que siempre ayuda a inspirar. Su voz,
más que característica, aguda y rasgada; su esencia setentera. El blues lento,
como tiene que ser un blues; fue inventado para ello, para llevar la melancolía
más magnífica a sus selectos oyentes. No deberían llamarse oyentes, porque el
que se limite a oír un blues no reconoce su alma. El blues es para escucharlo,
para sentirlo, para recibirlo dentro, leyéndolo con el mayor placer, hasta que
sea el mismo blues el que se haya metido en tus entrañas y te esté escuchando a
ti. Por eso su público es reducido: no hay tantos que se fascinen con esto. Y
deja su mancha azul en tus oídos, haciendo que percibas la vida filtrada por
él, volviendo triste cualquier paso que des. Puedes no creer lo que te estoy
diciendo, parece inverosímil; pero todo bluesman
tiene sus oídos manchados de tinta azul, tiene su mente contaminada por la
amargura del vivir. Son músicos que han ido descomponiendo su experiencia a
cada séptima, expertos en transmitir.
La emoción se va fugando por los dedos, que han encordado
con caricias los acordes sobre los trastes. Hombres con una única compañera, su
soledad, y una única pasión en la vida, dejar sus inconfundibles marcas en la
historia de la música. Ellos han asentado los pilares de la mejor música y se
han quedado en el sótano. Y desde los más bajos estamentos de la jerarquía musical, han sobrevivido décadas y
décadas viviendo o malviviendo de su pasión.
Esto va dedicado a los bluesman
que han hecho posible la música, y que para tantos son desconocidos, por
desgracia. Los reyes, Freddy,
Albert y B. B., Bo’ Diddley, Sonny Boy Williamson, Muddy Waters, Buddy Guy,
Eric Clapton, Johnny Winter, John Mayall, Rory Gallagher, Stevie Ray Vaughan,
Jeff Beck, Duane Allman, Gary Moore, y todos los que me dejo. Entidades
con cinco extremidades: dos brazos, dos piernas y una guitarra.
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