Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

lunes, 27 de diciembre de 2010

"Sin música, la vida sería un error", F. Nietzsche


Porque un día cogí mi guitarra, la acústica, y me la llevé a la calle. Llegué a una plaza céntrica cualquiera de un barrio cualquiera, me senté en el suelo, y empecé a tocar, sin ningún complejo. Dejé la gorra en el suelo, a ver qué caía. En realidad, me sentí muy feliz, porque cada persona que pasaba, me dedicaba una sonrisa, que yo devolvía. Estaba tocando canciones preciosas. De vez en cuando, algo de calderilla se sumaba a mi cuenta. Los niños se paraban a escuchar, mientras sus madres les reñían y exigían que no se acercaran a mí. Tampoco es que mi aspecto inspire mucha confianza a una madre ajena.

En un rato, que pudo ser tanto una hora, como tres, dejé de limitarme sólo a tocar empecé a cantar. Y fue entonces cuando se formó un corro a mi alrededor; les estaba gustando. La gorra estaba bastante llena, no sé qué haría con ese dinerillo, entre el cual había algún que otro billete. Fui variando el reperotrio, siempre clásicos acústicos. Knocking on Heaven’s Door, Hotel California, Stairway to Heaven, Nothing Else Matters, alguna que otra mía... La gente no se iba, aplaudiendo al final de cada canción. Y fue en ese momento, justo después de tocar Blowin’ in the Wind, me levanté y cogí mi guitarra, con el objetivo de irme de allí.

-¡Espera! Toca otra, por favor. ¡Eres bueno, chico! –me dijo un señor, con veinte euros en la mano.

-¿Sabe qué? Que no, no voy a tocar más. He venido a divertirme con mi guitarra y a compartir buena música con la gente, no a por dinero. No me hace falta.

-¿Y la gorra? ¿Por qué la dejaste en el suelo?

-Quería descubrir si la gente necesita pagar para escuchar buena música. Y he de lamentarme, porque es así.


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