La invisible, imperceptible, pero presente bruma que acompaña a la oscuridad…
Esa sensación de estar ausente aún estando absolutamente consciente. Ese ruido ensordecedor que aúlla en la oscuridad, que en la mente se dibuja como un grito desgarrador, constante. No va a parar.
No saber si los ojos están cerrados o abiertos. Da igual, ¿qué hay que ver? No merece la pena ver nada entre las tinieblas. Aunque la oscuridad, tan sólo por serlo, produce un efecto muy semejante al del miedo. Quizá no sea eso, pero la sensación de ser carcomido por la incertidumbre de la negrura empieza como un reconfortante efecto de aislamiento y acaba con una horrible sacudida. En la oscuridad nunca sabes qué puede haber, ni lo que puede no haber.
Temblores que recorren cada centímetro del cuerpo, involuntarios, pero que sabes que están, y que tampoco podrás detener. La oscuridad suele estar acompañada de frío, siendo estos dos fenómenos juntos de lo más desquiciantes. ¿Qué puedes hacer cuando el frío se apodera de tu mente y de tu cuerpo, y las tinieblas lo envuelven todo?
Y es que la mayoría de gente asocia la oscuridad a la cama, a una almohada y a un “buenas noches”, y no siempre es así.
Tememos lo desconocido, la ignorancia de lo que se esconde tras el fenómeno inverso de la luz. Pero sin duda es la mejor parte del día. Al night long...
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