La estampa es siempre la misma. El mismo balcón, las mismas
vistas nauseabundas. Las farolas estáticas que con su luz inútil dejan como
pintadas en el suelo las sombras de los bancos. Las noches cualquiera son llantos
fúnebres de luces falsas y calmas amargas. El insomnio, compañero, desquicia
las almohadas, que ahora ya no son nada, estando vacías.
Los vecinos duermen; pocas ventanas hay iluminadas. A veces
surge la necesidad de que alguien se asome,
derrumbando la soledad con un gesto de “yo tampoco me acuerdo de cómo dormir”.
Pocos coches circulan, y los que lo hacen, ¿por qué lo harán? ¿Dónde habrá que
ir en las madrugadas cualquiera? Quizás no vayan; vuelvan. ¿Y los transeúntes solitarios
que alteran la inmóvil escena? Algunos bajan
la basura a estas horas para asegurarse de que el lento y ruidoso camión
que entonces pasa, la recoge. Como si no se fiasen de los contenedores.
No descansan tampoco
los semáforos en su baile parpadeante de cambio transitorio. Son “por si
acasos” muy desaprovechados, aunque dicen que necesarios.
Poco más hay sobre lo que escribir una noche cualquiera. Yo,
un cualquiera como cualquier cualquiera, me dedico a habitarlas y a esperar a
que haya alguna más extraordinaria que hasta ahora. Y así, me paso cualquier
noche: en vela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario