Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Las noches cualquiera

La estampa es siempre la misma. El mismo balcón, las mismas vistas nauseabundas. Las farolas estáticas que con su luz inútil dejan como pintadas en el suelo las sombras de los bancos. Las noches cualquiera son llantos fúnebres de luces falsas y calmas amargas. El insomnio, compañero, desquicia las almohadas, que ahora ya no son nada, estando vacías.

Los vecinos duermen; pocas ventanas hay iluminadas. A veces surge la necesidad de que alguien se asome,  derrumbando la soledad con un gesto de “yo tampoco me acuerdo de cómo dormir”. Pocos coches circulan, y los que lo hacen, ¿por qué lo harán? ¿Dónde habrá que ir en las madrugadas cualquiera? Quizás no vayan; vuelvan. ¿Y los transeúntes solitarios que alteran la inmóvil escena? Algunos bajan  la basura a estas horas para asegurarse de que el lento y ruidoso camión que entonces pasa, la recoge. Como si no se fiasen de los contenedores.

No descansan  tampoco los semáforos en su baile parpadeante de cambio transitorio. Son “por si acasos” muy desaprovechados, aunque dicen que necesarios.

Poco más hay sobre lo que escribir una noche cualquiera. Yo, un cualquiera como cualquier cualquiera, me dedico a habitarlas y a esperar a que haya alguna más extraordinaria que hasta ahora. Y así, me paso cualquier noche: en vela. 

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