Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

miércoles, 8 de agosto de 2012

No eres ni has sido nada para nadie

En mitad de la nada. Simplemente siendo, ni siquiera estando, porque tu cabeza no está en el mismo sitio que tu cuerpo. Alguna melodía que contribuya a esta paz acompañándote, al igual que el paisaje. No importan ni los negros nubarrones de tormenta ni lo lejos del origen que estés, porque no hay destino.  El destino eres tú mismo, un bolígrafo y un papel. A veces no hay sitio en ti para los pensamientos, y por eso tienes que escribirlos tal y como llegan, como un desalojo constante cuya única salida es la tinta.

A sabiendas de que estás solo y que no te pueden encontrar, y sin ganas de ello. No hay interrupciones, es lo que tiene la soledad: nadie quiere buscarte ni tú quieres que haya tal búsqueda. ¿Para qué volver? ¿Qué te está esperando? Una guerra entre tú mismo y la realidad, que ha quedado ahora en un segundo y miserable plano. No quieres salir de ti para volver con ellos. No hay hambre, no hay sed, no hay necesidad de compañía. ¿Miedo a la noche, en medio de un rincón abandonado? No te cabe. Sólo quieres perderte de vista y de cualquier recuerdo, rezas porque todo el mundo se haya olvidado de ti. Egoísmo existencial. No te apetece volver a divisar horizontes; no tienes ganas de recuperar tu vida, ni a quienes allí están. Ahora te das cuenta,  cuando no te hace falta, de que el cariño ajeno es un  complemento. Te necesitas a ti; siembras tu egoísmo y cosechas una prepotente autoestima.

No quieres que se vuelva a hablar contigo ni de ti, ni tan sólo habitar en un “¿recuerdas?”. Una defunción en vida sin entrada al tanatorio que hay allí dentro, en la oscuridad de los demás. Hasta que algún día, cansado tanto de ti como de cualquier otra persona, barajas la posibilidad de dejar de ser tanto para el resto como para ti, fuera de cualquier posible arrepentimiento o falta de valor.

En momentos como éste, te gustaría irte sin rezos ni despedidas. Ayer todo y al día siguiente, absolutamente nada. Todos los propósitos, todas las promesas, todo lo que has hecho y lo que no, lo bueno, lo malo, todo queda reducido a cero. Todos tus pecados quedan perdonados, toda decepción queda enterrada y todos los vicios quedan en ti. Ya no eres nada para nadie. Ya nadie se acuerda ni quiere acordarse de ti.

«No eres ni has sido nada para nadie, no te equivoques»

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