Odio los gatos. Su pose
constantemente amenazadora, como de superioridad. Me da agonía estar rodeado de
ellos. Pero lo que más odio es su mirada de desconfianza, rasgada. No soporto
mirar a los ojos a alguno de ellos, ni dos segundos.
Odio quien me pregunta si no
como, y los que me dicen eso de “a ver si paras de crecer”. Y las preguntas
absurdas del tipo “¿ya estás aquí?” o “¿has acabado ya de comer?”. De verdad
que al escucharlas me planteo fríamente eso de que somos “seres racionales”.
Odio los ascensores y sus
conversaciones. Es inútil hablar del tiempo que haga, si es algo sobre lo que
no se puede dar opinión. Que el vecino de turno diga “Uf, cómo llueve, ¿eh?”.
¿Qué respondes? “No, ¡qué va a llover, si hace un sol cegador!”. Lo odio.
Odio la política y la justicia,
de las que me río día sí y día también simplemente echando un vistazo a los
periódicos. Ni esto es democracia, ni somos iguales ante la ley; a quién
intentamos engañar.
Odio los tanatorios, el ambiente
que se respira, las exposiciones sin escrúpulos, los mares de lágrimas que se
liberan, el desconsuelo que se retroalimenta. No sería capaz de trabajar ahí ni
por todo el oro del universo.
La religión no la odio; me es
completamente indiferente.
Odio la intolerancia (aunque este
texto parezca que diga lo contrario). Aquéllos fanáticos que ponen sus ideales
–tantas veces sin sentido- por delante de los de los demás, sin permitir
objeción, incluso poniendo de por medio su propia vida, o peor, la de quien se
oponga. Eso sí que es insoportable.
Odio los cínicos, que te mienten
mientras sonríen, y a quienes respondes con otra sonrisa, sin saber que te la
están metiendo con calzador. Odio los domingos esos que empiezan a las tres de
la tarde y que tardan más en acabar que los lunes siguientes, que tampoco me
gustan. Odio los violadores, los maltratadores y los desalmados en general. Odio
los “pudo ser y no fue”, con su correspondiente sentimiento de frustración.
Odio a los italianos y a los argentinos.
En realidad, me odio a mí mismo y
lo pago con el resto de cosas, simulando actitudes intransigentes con ellas. Porque
las cosas que no soporto son cosa mía, así que si algo he de odiar, son mis
odios. Y este tipo de reflexiones que hago, también las odio.
El odio es una emoción de profunda antipatía.
ResponderEliminarSi odias algo es porque amas otras, así que dea de tus odios.
Haters gonna hate.
Odias muchas cosas, si te odias a ti mismo intentalo arreglar y haz algo para que te sientas mejor. Estoy totalmete de acuerdo en que odies algunas cosas que pone en el escrito.
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