Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

viernes, 20 de julio de 2012

Odio

Odio los gatos. Su pose constantemente amenazadora, como de superioridad. Me da agonía estar rodeado de ellos. Pero lo que más odio es su mirada de desconfianza, rasgada. No soporto mirar a los ojos a alguno de ellos, ni dos segundos.

Odio quien me pregunta si no como, y los que me dicen eso de “a ver si paras de crecer”. Y las preguntas absurdas del tipo “¿ya estás aquí?” o “¿has acabado ya de comer?”. De verdad que al escucharlas me planteo fríamente eso de que somos “seres racionales”.

Odio los ascensores y sus conversaciones. Es inútil hablar del tiempo que haga, si es algo sobre lo que no se puede dar opinión. Que el vecino de turno diga “Uf, cómo llueve, ¿eh?”. ¿Qué respondes? “No, ¡qué va a llover, si hace un sol cegador!”. Lo odio.

Odio la política y la justicia, de las que me río día sí y día también simplemente echando un vistazo a los periódicos. Ni esto es democracia, ni somos iguales ante la ley; a quién intentamos engañar.

Odio los tanatorios, el ambiente que se respira, las exposiciones sin escrúpulos, los mares de lágrimas que se liberan, el desconsuelo que se retroalimenta. No sería capaz de trabajar ahí ni por todo el oro del universo.

La religión no la odio; me es completamente indiferente.

Odio la intolerancia (aunque este texto parezca que diga lo contrario). Aquéllos fanáticos que ponen sus ideales –tantas veces sin sentido- por delante de los de los demás, sin permitir objeción, incluso poniendo de por medio su propia vida, o peor, la de quien se oponga. Eso sí que es insoportable.

Odio los cínicos, que te mienten mientras sonríen, y a quienes respondes con otra sonrisa, sin saber que te la están metiendo con calzador. Odio los domingos esos que empiezan a las tres de la tarde y que tardan más en acabar que los lunes siguientes, que tampoco me gustan. Odio los violadores, los maltratadores y los desalmados en general. Odio los “pudo ser y no fue”, con su correspondiente sentimiento de frustración. Odio a los italianos y a los argentinos.

En realidad, me odio a mí mismo y lo pago con el resto de cosas, simulando actitudes intransigentes con ellas. Porque las cosas que no soporto son cosa mía, así que si algo he de odiar, son mis odios. Y este tipo de reflexiones que hago, también las odio.

2 comentarios:

  1. El odio es una emoción de profunda antipatía.
    Si odias algo es porque amas otras, así que dea de tus odios.

    Haters gonna hate.

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  2. Odias muchas cosas, si te odias a ti mismo intentalo arreglar y haz algo para que te sientas mejor. Estoy totalmete de acuerdo en que odies algunas cosas que pone en el escrito.

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