Sabina decía que le sobraban los
motivos. Yo no los encuentro. No sé si es que los he perdido o que nunca los he
tenido. Y si es esto segundo, será que llevo toda la vida tejiendo un manto de
mentiras que ni calienta ni ocupa lugar. Todos estos años he vivido por vivir,
porque me ha tocado; porque no había otra opción, vamos. Así hasta ahora mismo,
hasta este mismo segundo.
La culpa es mía, cómo no. Soy el responsable
de que no tenga ningún sentido cualquier cosa que haga, porque no vivo para mí,
ni vivo para los demás. Tampoco vivo “por y para la música”, ni vivo para
escribir o viceversa. La verdad es que no tengo nada por lo que salir de la
cama. Y es esa misma nada la que me impide entrar en ella muchas madrugadas.
Derrocho el tiempo como si lo pudiera recuperar. Arrugo mi vida entera,
dejándola hecha una bola que no se me ocurre otra cosa que hacer que tirar a la
papelera, desbordada. A lo mejor esas bolas que hace tiempo se amontonan dentro
del lúgubre cubo son las razones entre las que debería empezar a buscar. Hay
algunas escritas por ambas caras, con los márgenes abarrotados de palabras.
Pero hay otras que no ocupan media página siquiera; otras, un par de frases.
La desgracia llega cuando,
rebuscando entre mis días amontonados en esta papelera, encuentro una ingente
cantidad de bolas que al abrir, se encuentran en blanco. En muchas se aprecia
como las trazas de grafito han sido borradas, sin permiso. Pero otras están
nuevas, impolutas, e igualmente en la basura. Y vuelvo a coger otra, y también
en blanco. Y otra, y otra, y otra… ¿Qué ha pasado con todos estos días? Que he
vivido porque estaba vivo ya, y no por nada ni nadie más. O que, simplemente,
han sido días que no han merecido la pena y han querido borrarse. Para siempre.
Son semanas, meses, años quizá,
dedicados a simplemente envejecer. Ha sido tiempo, sí, pero para dar pasos
hacia el final. Sola y exclusivamente para eso. Son horas que he engullido y
que he vomitado; no han valido para nada. Y son muchas, demasiadas.
Reprochables todas. Pero lo peor es la pereza por cambiar, por cambiarme, a
sabiendas de que así los segundos van a pasar el doble de lentos, pesando el
doble. Pero así también se puede vivir.
Voy a parar de escribir porque tengo que lanzar a la papelera la bola
de hoy.
Maravilloso.
ResponderEliminar¿Maravilloso...?
ResponderEliminarEs sorprendente que de entre la basura que describes puedas crear algo que valga la pena leer.
ResponderEliminarNunca pares de escribir aunque tengas que tirar 100000 bolas a la papelera.
ResponderEliminarNo creo que deje de escribir. Demasiado visceral es como para reprimirlo.
ResponderEliminarY a esta persona anónima, que quisiera saber quién es, gracias, de verdad. Por desgracia, gracias, digo. Jajaja.