Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

sábado, 20 de octubre de 2012

Reticente lluvia



El azul cielo ha sido secuestrado por la uniformidad más desagradable: la cobertura grisácea que forman las nubes, conjunto ahora homogéneo que cumple su cíclica función: devolvernos el agua que ha ido escapando de la superficie.

Excepto porches y demás, nadie en la calle se salva del riego atmosférico que es el llover. Las gentes se ocultan bajo sus paraguas –los afortunado y previsores; el resto, corretea de resguardo en resguardo con los hombros extrañamente alzados-; por alguna razón, a nadie le apetece mojarse, aunque sea mínimamente. Al entrar a algún sitio, uno pliega su paraguas en el límite entre no ser rozado por una sola gota y el pasar vergüenza al entrar al lugar con el paraguas abierto. Y al salir, al contrario. Se ve que las supersticiones están más vigentes de lo que yo me imaginaba.

Las calles, ahora canales venecianos venidos a menos, están más que deshabitadas, ocupadas por la celebridad del día: el agua. Los adoquines, los bordes de las aceras, cada metro de asfalto, los bancos -¡como para sentarse en ellos!-, los árboles, agradecidos, pero ya saturados. Todo se cubre de agua, quién no lo sabe. Se encharcan los desniveles, las alcantarillas, los patios de mi casa (nada particulares), los tejados, terrazas… Se oscurecen las fachadas, el ambiente se ennegrece, la atmósfera se humidifica en exceso. El encapotamiento molesta a la vista, hace entrecerrar los ojos. Las concentricidades que provocan las nuevas gotas al rebotar contra las compañeras que, ya juntas, forman los superficiales charcos, suele ser motivo de un entretenimiento poco entretenido, leve. Una pérdida de tiempo, hablando claro.

Y cesa. Llega el sosiego, para muchos. Cuando las autoridades estaban marcando el número de los astilleros para construir un arca de dimensiones bíblicas, los nubarrones pronuncias un “hasta aquí” con un pianissimo chapoteo en diminuendo. Después de la brusca y violenta tormenta, la pacífica calma. Los más desconfiados siguen aferrados a sus paraguas abiertos bajo el cielo cubierto. Ahora es cuando llegas a casa, tú, despistado y poco previsor, empapado de los pantanosos pies a tu despeinada cabeza, que gotea recreando la lluvia. Tratas de secar en el felpudo los zapatos y al entrar informas de forma perogrullada al resto de habitantes: “Es que llovía”.

1 comentario:

  1. Llueve, aqui ahora mismo llueve, las mismas gotas que has descrito, los mismos canales, los mismos patios y yo al llegar a casa digo "Es que llovia"

    ResponderEliminar