Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Lecturas de un condenado




Se quedó en la antigua Puerta del Sol, por donde éste ya nunca entraba ni salía. Eligió una mala semana para dejar de fumar. Esperaba por esperar, y el minutero pasaba de horizontal a vertical a una velocidad intemporal. Las aceras se hacían infinitamente anchas desde que se paró en un banco de esos absurdos, de los que miran a la pared; daba la sensación de que tuviera que coger un tren para llegar desde donde estaba sentado hasta el edificio que se levantaba más allá. Seguía con el viejo Zippo de su padre en el bolsillo, nunca se sabe. Llegó un momento en el que el ruido insoportable de las obras que le rodeaban desapareció de sus oídos, pero no de los del resto. Simplemente, estaba allí, sin más. Allá en sus tímpanos había un silencio poético, y un perfecto altavoz interno que tenía el volumen al máximo. Su cabeza no le dejaba en paz. La calma que inspira un hombre sentado, y la intranquilidad que lo desbordaba por dentro.

Se levantó, con el tintineo que ello suponía, tan característico suyo. Miró a ambos lados y buscó el típico estanco que se encuentra en cada manzana española. Caminó con su cascabeleo constante, al ritmo de la autoridad marcada por los pasos de sus zapatos de punta, hacia el estanco. Entró, “Lucky Strike”, pagó y se largó. Bendita fuerza de voluntad, bendita determinación. El Zippo lloraba sus últimas gotas de gasolina, incendiándose en la punta del primero de los cigarrillos. Aspiró la primera calada de forma grave. Aquél fue el peor paseo que dio en lo que llevaba de vida; no dejaba de consumirse en el tiempo, violando el espacio, estancado en él. Era necesario buscar otro cobijo que no fuera el habitual, largarse él y su soledad, cogidos de la mano, dándole un tiempo a su agobiante rutina mental. Instintivamente, miró hacia arriba, encontrándose con un derrame magenta en el firmamento. Soltó el humo. Demasiado lejos, quizá. Echó un ojo al reloj de la Puerta del Sol. Era una hora cualquiera. Una hora absurda, como todas. Una forma de clasificar las vivencias. Le importaba, diciéndolo de forma pura, una verdadera mierda. La tarde iba a ser más larga, espesa y contaminada de lo que creía esperar. Estas cosas atentaban contra su salud mental.


«Se rompió la cadena que ataba el reloj a las horas.»

1 comentario:

  1. Impresionant, una i un altra i un altra vegada, fas que les lletres se me transformen en pelicules que jo antentament les veig mentres baixe per la pantalla. IMPRESIONANT com sempre. :3

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