Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

domingo, 4 de noviembre de 2012

"Doctor, tengo miedo"

- Doctor, tengo miedo.

Fue lo primero que le dije a aquél psiquiatra nada más entrar en su claustrofóbica consulta, y tumbarme en el desgastado diván destinado a los pacientes.
Aquél escéptico licenciado que estaba allí para intentar ayudarme me miró por encima de sus gafas sin montura, cuyo reflejo evitaba que pudiera ver claramente sus ojos, bizqueantes.
- ¿De qué tiene miedo? –inquirió el psiquiatra, incorporándose ligeramente, mientras sacaba de un cajón del escritorio una libretilla forrada de cuero negro, de aspecto prehistórico. Hubo silencio. Yo pensaba mi respuesta, mientras escuchaba el leve susurro del silencio pronunciarse en la eternidad de la espera.
- Mire, tengo miedo de mí mismo. Tengo la constante sensación de estar poniendo en peligro a aquéllos a los que quiero, a quienes me importan, sobre todo a ella, ¿entiende? ¿Conoce esa sensación? –Mi pregunta no esperaba respuesta. - Pues yo la llevo a cuestas cada día. La detesto. Y cuando estoy con ella pues… Es como si uno supiera que ama tanto a alguien que puede ser peligroso. Dicen que cuanto más alto subes, más dura es la caída. Creo que he ido más allá de lo que quise. Y me caeré, me haré daño. Nunca tendría que haber…
- Pero ¿qué está diciendo? – El psiquiatra me miró con más escepticismo si cabe.
- Lo que pienso. Y creo que tendría que estar escuchándome –Hubo una pausa.
- A ver, llevábamos muy bien el tratamiento. Ya prácticamente no tenía crisis, y el tema de su “amada” parecía asimilado. Pero me parece que le voy a subir la dosis, y me tendrá que ver un par de veces a la semana...
- De eso nada. Ya veo cuál va a ser su solución –dije, entre dientes.
- ¿Cómo dice?
- Le da igual. ¿Sabe qué? Subiré alto, hasta que pueda besar el techo del infinito. Y no pienso bajar de allí, no voy a caer. Pero no estaré solo: seremos dos locos en el infinito –me levanté, con la mirada fija en el psiquiatra-. Gracias por nada, doctor.

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