Sentado en un váter a la luz de un mechero. Las doce y pico
de la mañana. 25 de diciembre. Me espera, sin duda, el peor día: experimentar
la soledad de nuevo y durante más tiempo. Al salir, me espera un café con
leche, diferente al de ayer en todo: en taza, en café, en leche y en lugar. La
suerte es que ya ha avanzado mucho la fría mañana, llegando casi a la hora de
comer. Entretanto, me entretengo conmigo mismo y mis pensamientos.
Puta alergia. Vuelvo a tener los ojos llorosos e hinchados,
pero me importa incluso menos que ayer. Vale que mis noches sean incómodas, y
la de hoy más fría que la de ayer, pero mis despertares no los cambiaría. De
verdad que es el mejor momento del día: que me despiertes y que pases allí
arriba un rato conmigo; me la suda la alergia. Sabes que te estoy muy
agradecido por todo, desde dejarme una manta hasta el hecho de que te quedes
viendo mis pelos y mi aliento mañanero. Eso sí es de agradecer. Pero sobre todo
que me hayas dado tú el cariño de un hogar entero. He vuelto a caer en la
cuenta de lo importante que eres para mí y cómo has demostrado lo mismo para
ti, aunque digas que no has hecho nada. Ese poco me ha dado la vida. Y mira que
me has contado las movidas que te ocurrían, pero aun así, has estado conmigo
todo lo que has podido o te han dejado. Te quiero un huevo, rubia.
La familia no existe. Tras pasar la Nochebuena cenando en
una casa ajena y durmiendo en el mismo rellano, me he dado cuenta de que puede
ser también tu familia. Tu familia no siempre es la sangre; puede que aquí se
confunda la convivencia con el afecto: la gente se siente cercano a la familia
con la que vive, a la que demuestra un cariño que da esa cercanía. Pero en el
momento en el que uno se escinde de forma permanente de ese núcleo, buscando
uno al que acogerse, vuelve a establecerse una familia provisional, la que te ampara
emocional y físicamente entonces. Y no tienen por qué tener lazos de sangre
contigo, simplemente un fuerte vínculo afectivo. Por ejemplo, estos días mi
familia rodeaba a dos personas: a un pequeño barbudo rapado y a mi amor. El
primero, me ha dado una mesa donde comer y cenar el 24 de diciembre, me ha ofrecido
techo donde dormir y ha estado conmigo entre horas, como amigo que es. La
segunda, como le he dicho antes directamente, ha estado conmigo todo lo que
podía desear, me ha dado su amor y su calor, metafórico o no. Ella ha sido
parte de mí, de mi familia, y él me ha incluido en la suya. Saben lo agradecido
que estoy, y se lo repito aquí. Y saben que en la misma situación yo se lo
hubiera dado todo. Nunca se lo podré agradecer suficiente.
Cené pizza en Nochebuena, y la verdad, que se quite el
marisco, el cochinillo o el pavo relleno. La compañía fue reconfortante,
cálida, y la velada posterior, cuanto menos interesante. Las Navidades tal y
como las concebía yo se vinieron abajo. El recogimiento hogareño en Nochebuena,
el acostarse pronto porque a lo mejor venía Papá Noel, o Santa Claus, o quien
fuera —decir que en mi casa siempre han sido de Reyes—. Y bueno, del día de
Navidad ya ni hablamos: si me acosté a las tres y pico y me he levantado a las
nueve, a las once ya estaba buscando dónde desayunar, compleja tarea el 25 de
diciembre. De lo que pasó después, hablaré en otro bitácora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario