— Para, por Dios. ¡Para de una vez, hijo de puta!
En el suelo, más frío que nunca. Él con la mano apretando su
muñeca con una fuerza desmedida. Ella llorando de rabia, de dolor. Despeinada y
descalza.
— Eres una cría estúpida. ¡Estúpida! No tienes ni
puta idea de la vida.
— ¡Suéltame! —su grito derrumbó el aire del
comedor. Desde el suelo, intentó darle varias patadas en los testículos y las
piernas.
Se levantó, y entre sollozos, corrió hacia el teléfono fijo,
porque su móvil ya lo tenía él.
— ¡Voy a llamar a la policía!
No le dio tiempo, la línea estaba ocupada. Y es que él había
cogido el otro teléfono, lo descolgó y se lo guardó en el bolsillo de atrás de
los vaqueros. Sonaba la voz robotizada del contestador con los sollozos de
desesperación de ella.
— ¡Cabronazo hijo de puta!
Se abalanzó sobre él, dándole varios puñetazos y patadas. Él
la inmovilizó y la proyectó contra el sofá, sentándose encima. Apretaba los
dientes, haciéndolos rechinar como una puerta mal engrasada.
— ¿Cómo vas a llamar a la policía? ¿Eh? ¿EH? ¡Si
no tienes puta idea ni del número!
Ella lloraba y lloraba. Él se acercó a darle un beso,
mientras la aprisionaba con su cuerpo. Ella se apartó, y tras su insistencia, se
liberó una mano y le agarró de la cara con
las uñas, dejándole una marca enrojecida de la que se escaparon unas gotas de
sangre. Él estalló de ira. Apretó su cara con las manos, y se acercó a su oído.
Ella temblaba y lloraba.
— No me vuelvas a tocar en tu puta vida. ¿Me entiendes?
En tu puta vida. Y si me tocas, te reventaré la cabeza contra el puto suelo y
dejarás de llorar.
Apretó su cabeza contra el sofá de forma que no la pudiera
mover. Se acercó y besó sus labios. Ella tenía los ojos cerrados con fuerza, la
boca cerrada y los ojos goteando. Él le acarició el pelo, y ella le escupió en una mejilla.
— Eres un hijo de puta —gimió entrecortadamente.
Él le cogió un pecho y se lo apretó hasta que ella gritó. Siguió
retorciéndolo hasta que ella empezó a darle patadas de nuevo desde su poco
privilegiada posición. Él dejó de apretar y ella se quedó tendida en el sofá,
llorando sin consuelo y murmurando todo tipo de insultos. Él se levantó, buscó
su paquete de Marlboro y cogió un cigarrillo. Salió al balcón y, volviendo la
mirada de vez en cuando hacia el interior del salón, fumó. No quería perderla
de vista, por si se movía de allí. Dejó el cigarrillo a medias en el cenicero
del balcón y entró dentro. Se sentó y la cogió en sus brazos. Ella no pudo
apartarse, no tenía fuerzas.
— Te quiero. Te quiero. Te quiero.
Odio esta entrada, una historia falsa y no me ha gustado nada.
ResponderEliminarSi el titulo de "Estocolmo" viene de "Esto es el colmo" he entendido la entrada, si no... ya me lo explicaras.
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