El frío y el silencio inundaban el exterior de la estación, donde los andenes, vacíos, esperaban la llegada de alguno de los trenes. Arreciaba el otoño, por lo que a aquella hora de tarde el sol ya se empezaba a esconder a mi espalda. La sombra del banco donde estaba sentado se alargaba a mis pies, deformándose sobre el tapiz de rayados adoquines que decoraban el suelo de la parada.
Se asomó un leve murmullo a mis oídos, que se hacía poco a poco más fuerte. Llegaba un ya ruidoso tren, que se detuvo en un andén tras de mí. Volví la vista sobre mi hombro. Sus puertas se abrieron y bajaron algunas personas arrastrando sus maletas, buscando a derecha e izquierda la dirección por la que encaminarse. Segundos más tarde, las puertas se cerraron y el tren se perdió de vista dejando su susurro retumbando entre las columnas del porche bajo el cual yo esperaba.
Volvió a sumirse en el silencio la estación. Sin pensar en las horas ni en los porqués, seguí allí sentado, quizá esperando, pasivo.
Pasó un lapso de tiempo que no sabría definir, y volvió a oírse el mismo murmullo, que iba enforteciéndose. Otro tren, éste vacío, paró justo en aquel andén, delante de mí. Sus puertas se abrieron. Volvió a quedarse el andén totalmente callado.
Y yo seguía allí sentado, vacunado contra el tiempo, el frío y la razón, sabiendo que aquél era mi tren, y que me llevaría donde yo quería ir.
Anda, levántate y cógelo.
No me gusta. Me encanta. :)
ResponderEliminar