Me vacilaba, se quedaba con mi cara y fingía que se le olvidaba. Su melena no ondeaba, la luna no brillaba y en el cielo las estrellas no tenían cojones de parpadear. El negro del infinito me vomitaba, como sin querer, un fulgor que a mí siempre me había repugnado.
Pensaba tanto que al final ni pensaba. No supe ver que los cielos eran menos azules, y que los paseos en zapatos y gabardina reconfortaban más que menos. Se esfumó el pasotismo por los cigarros de la risa y las lágrimas se quedaban encerradas dentro de los párpados. Llorar era de débiles, hasta que el valor se cayó al suelo y se hizo añicos. Acababa siendo todo un par de cabos mal atados.
La rutina nos devolvía las sonrisas, y las buenas historias entre espuma rubia ya se contaron tiempo atrás. Ahora todo era flotar y que la corriente te llevara a la desembocadura, donde ya veremos qué se podía hacer, cuando no había orilla.
Pero su melena seguía fingiendo que no lo recordaba, que cualquier cosa le animaba y que en realidad seguía siendo tan espléndido como un simple café un miércoles y una quincena de carcajadas. A mí me costaba, y yo también fingía que las veredas seguían igual de anchas y cómodas, cuando ahora tenía que ir de puntillas bordeando el precipicio, a ambos costados.
Derramé a propósito el vaso a la voz de un falso “¡ay, perdona!” a fin de que se apartara de un salto para no mancharse, simplemente para romper la monotonía que contaminaba aquella noche, y que nosotros respirábamos sin querer saberlo. Empezaba a desesperarme.
Tranquilo, no te desesperes, que tarde o temprano esa melena, volverá a ondear como lo hacia antes. Un enorme saludo jaume. PD: Pasate por mi blog (aun esta empezando pero ahi esta, amprediendo de un grande :)
ResponderEliminarLa rutina me desespera, casi que me incita al suicidio xD Nah, es broma. Cuidate y no dejes de lado la ilusión por escribir, nunca.
ResponderEliminarUn abrazo.
^^
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