Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

martes, 24 de enero de 2012

Las hojas de los sauces llorones


Caen las hojas de los sauces, los “llorones”, los que te miran solemnes, como pidiéndote que seas feliz por ellos. Esas palmas atraídas por el suelo, que fueron verdes en primavera, son ahora de un apagado y sucio tono amarillento, recordando que ya no sirven, que al fin les toca alcanzar la tierra, hacia la cual crecieron curiosas tiempo atrás, aunque temerosas de no poder volver a ondear de nuevo entre las ramas. Todas sabían que el momento de precipitarse hacia el polvo les iba a llegar. Las despedidas, allá en el ramaje, son muy rápidas y casi inesperadas, pues cualquier sacudida fuera de la común, o la simple debilidad de los tallos, podía arrancarlas del conjunto, haciéndolas volver al lugar donde una vez fueron semilla. A veces se susurraban entre ellas un simple y burdo “adiós”, o un seco “hasta siempre”; las más optimistas entonaban un esperanzador “¡nos vemos luego!”, para evitar que la caída se produjera entre remordimientos de soledad, que normalmente no se podían ni olvidar, ni ignorar, o ni siquiera suavizar.

Algunas hojas, más que caer, se lanzaban con ganas hacia el suelo, ignorando que allá abajo serían pisadas una y otra vez por suelas de muchísimos tamaños y por ruedas de mil grosores. Que el viento, del cual se reían mientras reposaban en la copa, las arrastraría ahora hasta sucias calzadas, oscuros callejones o, si tenían suerte, hacia algún que otro parque donde pasarían desapercibidas. Los niños las cogerían o las agitarían, anunciando a sus madres el gran hallazgo que aquella lámina de naturaleza significaba para ellos. Algunos curiosos las rescatarían del suelo, llevándolas quizá a permanecer entre las páginas de algún herbario. 

Mientras, el sauce seguía con su gesto quebradizo y melanconioso al saber que estaba perdiendo a sus amigas, de dos en dos, de tres en tres, sin poder agacharse a recogerlas ni poder ofrecerles un cobijo donde pasar las crudas noches del invierno. Por eso seguía cabizbajo, derramando lágrimas que nadie veía.

Se iba quedando desnudo lentamente; era ley de vida que se quedara con los cuernos de la copa al aire, que ya no sirviera para resguardar los nidos de los pajarillos, que quedara todo en corteza. La imagen de vida que fue, quedó atrás. Ahora tan solo era un reflejo marrón grisáceo de aquello.

Pero en la siguiente primavera, las yemas de las ramas volverán a brotar. Volverán a dar lugar a unas nuevas compañeras, que, como las anteriores, murmurarán cuando el viento les haga cosquillas, darán sombra a los enamorados y acariciarían el tronco cuando este se sienta áspero. Quedaba toda una primavera y un verano para que el sauce las empezara a conocer y pudiera hacer buenas migas con ellas. Aunque muy a su pesar no podrá nunca contentarse por estar rodeado de tan verdes y alegres amigas, porque sabe que éstas también lo dejarán solo en el otoño y el invierno. Era ley de vida: era un sauce llorón.

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