Ambos sabemos que no vas a leer esto. Quizá tardes un par de párrafos más, pero entonces cerrarás la ventana del blog y, simplemente, te pondrás a hacer otra cosa. Evidentemente, es culpa mía. Totalmente culpa mía.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Los chicos no lloran

Las personas pierden el derecho a emocionarse porque ha aparecido un sentimiento usurpador al que preferimos volcarnos. Un sentimiento que nos secuestra y nos lleva a un zulo interior del que se hace difícil salir. Se crea un muro “anti-sentimientos” que encierra las emociones. Ese muro, ese zulo, es el miedo a creernos débiles. Las personas con el valor de emocionarse se van volviendo cobardes, ganando motivos y perdiendo razones. Y acabamos,  como acabo de decir, creyéndonos débiles, cuando las emociones son las cosas con más fuerza del ser. Nos autodestruimos cuando reprimimos una lágrima, una sonrisa o un silencio. Nos estamos coartando, nos hacemos daño de forma, en principio, voluntaria. Sin embargo, en el momento en que la opresión emocional se sitúa entre nuestras máximas, se convierte en prioridad. Y callamos tanto los sentimientos profundos como los superficiales, por miedo. ¿Miedo a qué? ¿De verdad vivimos con miedo a que se nos ataque? ¿Seguro que eso que llamamos “puntos débiles” nos hacen vulnerables, o aprender a canalizarlos y potenciarlos nos hace más fuertes? Quizá no más fuertes de lo habitual, pero sí más humanos, más personas. Dejemos de pertenecer a la masa de gente de sentimientos difusos y comunes para pertenecer al reducido grupo de personas que prefieren aprovechar sus emociones para sobrevivir.

El padre que llora en la boda de su hija, el hombre que se ríe de forma desmesurada cuando algo le hace gracia, la mujer que aplaude de forma sonora en el teatro, la niña que se silencia al ver la noticia de un atentado en cualquier lugar, el chaval que acaba con el vello de punta al escuchar una buena pieza musical, la pareja que se dice cuánto se quiere en una despedida. Quien baila al son de su canción preferida, quien redescubre el aire en la cima de una montaña, quien disfruta de un partido de tenis. Personas que expresan lo que sienten cuando lo sienten, y que por ello se las quiere tachar de exagerados. Se busca una expresión mediocre de los sentimientos; siempre parece que haya “algo” que merezca más la pena que lo que a uno le gusta. Algo que los demás se ve que conocen, por lo que desprecian muchas veces las emociones ajenas.

Como tantas otras cosas que dan sabor a esto de vivir, está mal visto. La facilidad de sorprenderse, redescubrirse, reírse, llorar, suspirar; son rasgos que caracterizan a las personas a las que les queda sensibilidad entre los huecos sin cementar de eso que se llama fachada. Fachada que se tiene antes de cemento que de yeso, y por lo que concibe como fuerte. “La sensibilidad y las emociones nos hacen débiles” porque esta capa exterior, desechable en todo caso, pierde su consistencia. Y cuando la gente —que no los verdaderos seres— deja ver una simple fachada, las personas quedan encarceladas detrás, reparando toda posible grieta por la que se puedan fugar pequeñas porciones de emoción. Hay demasiados escudos que romper como para querer derrumbarlos todos, ya que por lo visto se está más cómodo con un falso sentimiento de protección que aportando intensidad a las pequeñas cosas que nos ocurren diariamente, disfrutando de ellas. ¿Triste? A algunos les parecerá un acto de inconsciencia, ya a otros les parecerá que quien ha escrito esto es un rallao y un sensiblón. No voy a pedir examen de conciencia, lo siento. Ya lo he hecho por la masa pseudo-humana que inunda las calles hasta desbordarlas, ahogando a las personas.

1 comentario:

  1. Me gustó mucho. Te recomiendo (como no) que le eches un vistazo a la película, que tiene el mismo nombre de tu tablón: "Los chicos no lloran". Un saludo rocker.

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