Y ahora, ¿qué? Incomunicación. Una pizca de soledad. No
mucha, podría ser peor. La gente que pasea por la mañana de Nochebuena por la
calle irradia una cierta calidez a la que me quiero coger inconscientemente.
Gruñe la cafetera; café con leche en una mesa para uno. Al menos está caliente.
No sé qué hora es. ¿Las diez? Ni idea. Me he hecho dueño del
baño de la cafetería, como si fuera el mío. Mi cara es un poema: ojos rojos,
entrecerrados, pesados. Sin gorra, mi aspecto es deplorable, aunque no es que
con la cabeza tapada mejore. Intento arreglar eso, parecer una persona decente.
Afuera hace un frío húmedo típico del invierno cerca del mar. La misma ropa que
ayer cuando salí, la misma con la que he dormido, y probablemente la misma con
la que pasaré el día y las vísperas de Navidad. Aunque aquí dentro se está
bien, no quiero que se acabe la taza, no tengo qué hacer después. Para algo
llevo la guitarra, aunque con las prisas me dejé las ganas de tocar en casa.
Llevo un cartel sobre los labios en el que pone “INRI”, secos como el suelo de
la cafetería.
Volver… no quiero volver; aún no tengo necesidad de ningún
tipo. Tengo algo de dinero y tengo la mente en calma, lo que no sé es si mi
físico aguantará esto. Llevo la medicación, fui precavido. Más que precavido me
preocupé por mí mismo —algo nuevo—, o quizá es sólo para que crean que me importa
lo más mínimo mi salud. Lo mismo por lo que no llevo teléfono: más que por
respetar lo que no es mío, para que vean que ni lo necesito ni quiero que nadie
me busque. Lo malo es que me priva también de buscar, y eso puede que no lo
lleve tan bien.
Quedan dos sorbos de café y después una mañana de las más
extrañas. Me lo dice el hecho de que se vaya enfriando la taza, como
preparándome para lo que viene ahora. “No vas a estar todo el día calentito y
bajo techo”. Último sorbo, frío. 1’40. Adiós, muy buenas. Y feliz Navidad.
https://www.youtube.com/watch?v=yN4Uu0OlmTg
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